Un hombre en la niebla (I)
Os propongo un cambio de registro, vecinos. Os progongo la lectura, pausada y por entregas consecutivas, de una pequeña historia, inspirada entre las jaras y pinares de nuestro Alcadozo.
Un hombre en la niebla (I)
Cada vez que cierra los ojos lo sigue viendo. Aquella silueta inmóvil, de pie, negra en mitad de la niebla. Tan sólo fue una sombra, una sombra que la sigue atormentando, o bendiciendo. Por mucho que se preguntase qué había hecho ella para vivir aquello, agradecía a cada momento el miedo, la confusión de aquel primer instante de lo que había sido su vida a partir de aquel día, de aquella noche en aquella carretera.
Ese punto del camino sigue igual que siempre, igual que antes de aquella noche, e igual que después. El recuerdo de su abuelo volvía en una ráfaga siempre que pasaba por allí. Nunca se detuvo allí antes de ver la silueta. Le había parecido una buena idea muchas veces. Ver el pequeño puente derruido, casi invisible al paso de los coches, el que su madre le había indicado tantas veces que era el puente del cuento que le narraba su abuelo, siendo niña, cuando quería hacerla enfadar. Ya mayor, siendo ella la conductora, la había pensado muchas veces. Para y ver el viejo puente. Ver el sitio donde él le contaba que había caído, y de dónde afirmaba haber salido gracias a su propio ingenio, de una forma contraria a cualquier ley natural que, a los siete años, su nieta pudiera conocer. Ya mayor, aquellos enfados infantiles, no hacían sino provocarle risas al recordar cómo su abuelo la sacaba de sus casillas para acabar diciendo a su madre: “¡Mamá, el abuelo me está mintiendo!, porque eso que dice no se puede hacer, ¿verdad, mamá?” Sí, lo había pensado muchas veces, para y ver el sitio donde le ocurrió todo a su abuelo, pero no lo hizo.
Allí, junto al olvidado puente, recorriendo una vez más aquella carretera, sin apenas otro pensamiento que acabar el trayecto y divisar el pueblo de sus mayores, el sitio que el tiempo había convertido en su lugar preferido de descanso, fue que vio aquella silueta cobijada en la niebla. Apenas un segundo, en el instante en que los faros enfocaban ese ángulo al tomar la curva. En el camino que corría paralelo al asfalto del progreso, la senda paralela que durante generaciones había sido la única comunicación de la ciudad, del llano con la sierra, en el recodo interrumpido por el vacío que el derrumbe del puente había dejado. Allí, al pie del terraplén, le vio, de pie, inmóvil.
Suficiente eternidad en un segundo para que cambie la vida entera, se ha dicho tantas veces después de aquella noche.