Santa Ana os guarde, maeses de Alcadozo
Pues la fiesta es mañana, es decir, este domingo 4 de octubre. Y yo tampoco estaré por allí.
Estoy aquí sentada, a esta hora de la madrugada. La manos cruzadas, pensando como transmitir con las palabra todo lo bueno que siento cuando pienso en aquel lugar.
Todo el cariño. Y es extraño porque apenas si han sido tres ó cuatro ocasiones las que he visitado la ermita, el lugar en el que se emplaza, los magníficos parajes que la rodean, la esconden, la preservan, la condenan…
Estoy aquí, sentada, frente al teclado, frente a ti, frente a vosotros, los que queráis leerme, o tú, el que quieras leer estas líneas, y creo adivinar que no ya sabes de lo que hablo cuando pienso en la Ermita de Santa Ana.
La única vez que he estado en ella, pude entrar para acompañar a una pareja de enamorados, valientes, que afirmaron a los cuatro vientos, a todos los dioses de la naturaleza, ante el que a todos aúna, recogido en aquel pequeño recuadro encalado de puro, a cuánto estaban dispuestos el uno por el otro mientras durase siempre, que aquel día decir siempre, parecía poco.
Como poco parecen estas líneas que recuerdan un sitio tan entrañable, tan por encima del tiempo a pesar de que sea el tiempo el que amenaza sus paredes. Santa Ana seguirá estando donde está, aunque a los alcadoceños lo olvidadizo nos domine en su día, o nos dominen otras rutinas que nos alejen de allí. La memoria, esa inmortalidad certera, pervive en cada uno, por la experiencia propia de una original y contundente boda, o por los recuerdos heredados de nuestros abuelos para los que la ermita era parte de su rutina y costumbre.
De unos y otros, de nuestros pasados, presentes y futuros, la ermita, como otras pequeñas, y muy grandes cosas de nuestra tierra, fue, es y será eso, nuestras.
Nuestra ermita de Nuestra Santa Ana, escondida entre nuestros pinares y serranías frías y calladas, inmisericordes y rudas, pero esperando las pisadas de aquellos a los que quiere por ser hijos de su rudeza.
Así que, los hijos de Alcadozo que puedan, para hacer un favor a los que no podremos, acercaros por allí, a disfrutar de un día soleado de otoño estrenado o del frío otoñal que ya os grita su poder, de una u otra cosa, disfrutad en el lugar, en la loma, en el cerro que guarda, a más un millar de metros de altura, la ermita de Santa Ana, por todos aquellos que no podemos.
Un saludo Alcadoceños.
Nieves Milagros Martín (la nieta de la Boleca)